Mediados del siglo XVIII. En una Francia feudal y decadente, un gobernador y
su familia se ven envueltos por obra y gracia de su patetismo en el lujoso chiche del
secretario y adulador de la Corte. o.
El adulador es el enemigo perfecto. Hay varios que se me cruzan por la cabeza
pero más vale no dar nombres propios. Basta con decir que generalmente son de nuez
marcada, nariz aguileña y ágiles corporalmente - la servicialidad, aunque fingida,
requiere de mucho movimiento grácil -. Su frase de cabecera suele ser “mantén a tus
amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca” y esto se debe a que el adulador, en
última instancia, busca ocupar el espacio del adulado siempre que éste se encuentre
más arriba en la pirámide social u obtener algún favor específico. Si, por el contrario,
se encuentra por debajo en la escala, su meta será mantenerlo allí inmóvil y sumiso. El
adulador es un ególatra que a cambio de sus palabras busca el beneficio propio. Para
el adulador su palabra es el mejor regalo y, como todo regalo, pronto se vuelve una
obligación a ser retribuida. Esta retribución está garantizada en tanto y en cuanto el
adulado sea un sujeto que permite que estas palabras vacías lo satisfagan, bajando la
guardia y permitiendo al adulador penetrar aquel espacio que de otra manera
resultaría inexpugnable. El adulador es, en otras palabras, de lo más común que
podemos encontrar en esta selva que llamamos vida.
Mediados del siglo XVIII. En una Francia feudal y decadente, un gobernador y
su familia se ven envueltos por obra y gracia de su patetismo en el lujoso chiche del
secretario y adulador de la Corte. Así podría resumirse esta buena obra, con buenas
actuaciones - Alejandro Awada en el papel del secretario - y una puesta que con sus
colores flúor, sus peinados estrambóticos y el porte de varios de los personajes, remite
a cierto universo burtoneano - una mezcla que podría muy bien darse entre El cadáver
de la novia y Alicia en el País de las Maravillas -. En un tono de comedia ligera, esta
obra viene a recordarnos que la corrupción de la clase dirigencial no es patrimonio de
la Argentina, ni nosotros sus fundadores. Parece ser que, ¡oh sorpresa!, los líderes
políticos de aquel entonces eran tan corruptos como lo son ahora y, en fin, como
parecen haberlo sido siempre, en cualquier lugar.
Es destacable que, en un año de elecciones tan complejas, desde el circuito
oficial se ofrezca la posibilidad de ver esta obra cargada de contenido político y de
humanidad. Porque si la monarquía, el feudalismo, la nobleza, la burguesía y la
servidumbre son términos que han caído en desuso, otros nuevos han surgido y aún
somos las personas quienes detentamos el poder dotando de sentido la vida en
sociedad con todo lo bueno, lo no muy bueno, lo malo y lo terrible que ello implica.
Nuestras debilidades están a la orden del día y los siete pecados capitales
oficializados por el Papa Gregorio en el siglo VII, no sólo no pasan de moda sino que,
de tanto pecador, la misma Iglesia se vio obligada a acrecentarlos agregando otros
siete. Sin embargo una salvedad: Suardi - adaptador y director - elige para su obra un
final demasiado benevolente. El arrepentimiento lo envuelve a todo y a todos. El
humano no es malvado, sino que es idiota, se nos dice. Son sus propias vanidades la
que lo idiotizan. Cuando el velo de aquella vanidad que engaña como la serpiente se
corre, el hombre es capaz de actuar con rectitud. Así, el corrupto pasa por víctima. Lo
mismo que el engañador y cualquier otro atentador social.
Lo que queda desasnar entonces, aquello que se oculta detrás de la pátina
cómica, es si la corrupción es una condición ad hoc para la detentación del poder. Si
todos los líderes son corruptos - o si al menos los líderes políticos lo son - entonces
deberíamos volver a cero y replantearnos desde el principio qué significa aquello de
detentar el poder y cuáles son los mecanismos para hacerlo de la forma más eficaz y
satisfactoria posible. Todos los sistemas han nacido, han tenido un auge y han
perecido en manos de un nuevo sistema, por lo tanto es de esperar que
eventualmente la democracia y el capitalismo también lo hagan. Si lo que venga será
un sistema que elimine las debilidades del ser humano, seguramente no sea otra cosa
diferente a un gobierno de robots.