Una vez más me enfrento a un fenómeno del under. Digo fenómeno – y no pretendo exagerar –
porque estoy por entrar a ver Así de simple… (No sé quién sos pero te sigo buscando), una obra
que está cerrando su quinta temporada y que sigue metiendo lleno tras lleno. No es que la sala
que le ofrece El Método Kairos sea grande – 30 personas aproximadamente – pero no deja de
llamar la atención semejante poder de convocatoria sostenido en el tiempo. A esto se suma, sus
cinco nominaciones a los premios Estrella de Mar 2018.
Hablando con el diario del Lunes, no estoy seguro que haya sido una decisión correcta haber
presenciado esta obra, en este momento y con L. Digamos que la cosa venía viento en popa, hasta
que ciertas turbulencias coparon la escena. La tranquilidad de espíritu va y viene, pero sin duda
esta obra complicó el panorama. "Así de simple" trata un tema visto y revisto, oído y reoído sino
centenares, miles o millones de veces a lo largo de la historia del arte: El proceso natural que lleva
a una pareja desde el primer flechazo hasta su separación. Le digo natural a este proceso de
desgaste y descomposición de la relación porque ¿quién en su sano juicio - mirándolo con
objetividad - podría pensar que lo natural es lo opuesto, o sea, la monogamia? y sin embargo la
mayoría nos obligamos como sociedad y como individuos a reproducirlo. Experiencia tras
experiencia, generación tras generación. Mismas casas, mismas habitaciones, mismas camas,
mismas parejas, mismos cuerpos desnudos desde hoy hasta que la muerte nos separe. ¡Díganme si
no es uno de los inventos más extraños en la historia de la humanidad! Hay algunos datos
científicos que dicen que el estado de enamoramiento es, en realidad, un proceso químico que
dura a lo sumo seis meses… y a partir de ahí ¿qué queda?
Para intentar responder esta pregunta, la obra utiliza un artilugio bastante visitado: cuenta la
historia de manera fragmentada, momentos precisos en la evolución (¿o involución?) de la pareja.
El primer beso, la invitación a convivir y esa misma convivencia luego de dos años son algunos de
estos fragmentos representados de manera no cronológica. Las escenas se suceden unas a otras
sin un orden aparente lo que obliga al espectador a mantenerse alerta. En el camino, las risas
están garantizadas. ¿Qué persona que haya vivido alguna relación amorosa puede no sentirse
identificado con una o varias de estas situaciones? Es, justamente, en esa empatía donde radica el
éxito de esta clase de obras – de las cuales esta es un muy buen exponente –. La obra avanza y va
dejando en el camino una estela de preguntas sin respuestas que invitan a la reflexión. Entonces,
¿Qué es eso que queda cuando se acaba el enamoramiento? Seguramente dos personas extrañas
que deberán aprender a conocerse ya sin la ceguera que produce el bombardeo químico emanado
por el cerebro.
Intensa-mente. Este es otro título que podría haber tenido la obra si no hubiera sido que la
empresa del tío Walt se los sacó de antemano. De hecho, la similitud con la película de Disney es
amplia siendo justamente este rasgo el que diferencia a esta obra de todas las demás del mismo
tipo. Así como en la película nos metemos en la cabeza de una niña para explorar cómo
interactúan sus antropomorfizados sentimientos, acá esos sentimientos salen al exterior y se
desdoblan como copias del original. Si, la obra cuenta con seis actores en escena. Dos son la pareja
original y los otros cuatro representan sus pensamientos – dos por lado – a modo de los clásicos
angel & diablo. La química entre los personajes, pero sobretodo la sincronía en sus movimientos,
gestos y diálogos están tan mecanizados que funcionan a la perfección. Gran parte del factor
comedia se debe a la forma en que interactúan entre sí todos ellos. Ver los movimientos de los
seis personajes que se siguen unos a otros en fila y repiten gestos, se vuelve hipnótico.
Quiero cosas simples le dice un personaje al otro y ahí encontramos el nudo del tema. Si la
simplicidad es algo ajeno a nuestra realidad, es porque nosotros mismos somos criaturas
complejas. Pasar de un estado de independencia a uno de interdependencia, corriéndose uno del
centro para permitir el ingreso de un Otro, es un ejercicio arduo que no debería ser subestimado.
La búsqueda de lo simple puede ocuparnos hasta la eternidad. Ahí está Picasso para decirnos que
le costó toda una vida aprender a pintar como un niño. Deberíamos aceptar que no podemos ser
simples, que no está en nuestra naturaleza y a partir de esta certeza, construir. Sin embargo la
obra se atreve a darnos una pista en clave poética. Es posible alcanzar cierto grado de simpleza,
nos dice. Es posible que dos personas se encuentren a pesar de la multiplicidad de voces que
somos cada uno de nosotros. Esa pista que nos ofrece es…. vayan a verla. Háganlo. Merece la
pena. Para cuando esta nota se publique, quedarán solamente dos funciones antes del cierre de
temporada.
A la salida, una tensa calma se vive con L. Nos miramos, pero es difícil encontrarnos. La obra tocó
algunas fibras sensibles. Para volver a tender lazos, le propongo como ya lo hice incontables veces,
que venga a vivir conmigo. Entonces levanta la vista y con esos profundos ojos almendrados me
mira a la vez que sonríe y me dice: Mantengamos las cosas simples.