Como todas las obras de Daulte, Valeria Radioactiva es una obra de largo aliento que no se te va
a borrar fácilmente de la cabeza. Con ciertas dosis de humor y mucho de suspenso, se presenta
como una historia de teatro dentro del teatro, donde la ficción y la realidad se mezclan tanto
como para desembocar, quizá, en uno de los finales más poéticos que haya visto en largo
tiempo.
Me confieso fanático. Pero de los radicales. Los extremistas. Me arrodillo y me pliego en forma de
pinza para elevar una plegaria a uno de los genios del thriller teatral. Al distópico, al inventor de
los juegos de espejos, cóncavos y convexos, deformantes, sin fondo o de doble fondo. Al prolífico.
Al metafórico y al literal. A sus dobles intenciones. A la estela que dejan cada una de sus obras a
las que me veo obligado a aferrarme para no quedar rezagado. A su arrojo. A su creación y
recreación. A su invitación a participar de manera activa obligándonos a exprimir nuestras mentes
al máximo. ¿A quién sino? A Javier Daulte. A sus obras. Amén!
Esta vez L. no vino y mi compañía es A. Salimos de la sala y me siento boleado. Caminamos hacia el
garaje donde dejó la bicicleta hace sólo dos horas, aunque parecieron diez. En el camino pasamos
por la esquina de Humahuaca y Mario Bravo convertida en un polo gastronómico de
hamburgueserías y barcitos con algo más que el tufillo gringo tan de moda en estos días. Las luces
me enceguecen y pienso cuán lejos se encuentra toda esta gente – que sólo puedo identificar
como entes – de haber vivido la experiencia que acabamos de vivir nosotros a tan sólo media
cuadra de distancia. Venimos de esa sala hermosa que es Espacio Callejón donde vimos la última
creación de Daulte: Valeria Radioactiva.
Aunque la historia sea simple, el trasfondo es, cuanto menos, complejo. Valeria – María Onetto –
es una escritora consagrada aunque anónima de telenovelas. Cuando sus allegados se enteran de
que una enfermedad amenaza su vida, se desatan a sus espaldas las intrigas para ver cómo seguir
con el proyecto en su ausencia. A partir de acá, la ficción y la realidad se van a mezclar hasta
eliminar los límites. Porque es importante entender que – al menos para Daulte – el límite entre el
autor y su obra es difuso. Tarde lo llegan a entender quienes rodean a Valeria y que se ven a sí
mismos transformados en burdas caricaturas utilizadas para el provecho de la escritora.
Ejercicio de metarrelato. El metarrelato podría ser un tipo de narración donde los personajes ficticios y los “reales” se confunden para generar una reflexión sobre lo que supone la creación de
un nuevo relato. Esta definición académica y burda en partes iguales le cabe perfecto al ejercicio
teatral que es esta obra. Acá un relato – el guión teatral – nos cuenta como es el proceso de
creación de otro relato – el guión televisivo – para después meternos en ese nuevo mundo. Para
quien la haya visto, la película El Ladrón de Orquídeas podría ser otro ejemplo de lo mismo. Sin
embargo acá se juega mucho más, porque no sólo está borroneado el límite entre ficción y
“realidad”, sino que a través de la brillante percepción de la escritora, su obra se manifiesta como
el reverso del espejo de aquello que la rodea. Es en su obra donde comúnmente un artista plasma
sus miedos, sus ideas, sus dudas, sus deseos, su visión del mundo y sus traumas. No son pocos los
escritores que dicen escribir para entenderse o para conocerse más.
Mediante la creación de mundos de ficción, suelen salir a flote cuestiones propias que se mantienen enterradas y que,
ubicadas correctamente en esa nueva realidad, se pueden manifestar de forma inofensiva. Como
en un sueño, digamos. El conflicto ocurre cuando aquel que rodea al artista no es capaz de
entender la forma en la que se dan estos procesos y en arrebatos de egos inusitados se ven
representados o insultados por personajes o hechos de ficción que los ofenden de una u otra
manera. Para más detalles, ahí tenemos la brillante y multipremiada película El Ciudadano Ilustre
de la dupla Cohen-Duprat.
Al mundo lo único que le importa son los personajes de ficción. La realidad es indiferente a nuestra
existencia. La imaginación es radioactiva. Esta es la defensa que Valeria hace de sí misma en uno
de los momentos finales de esta excelentísima obra con elevadísimas actuaciones de todo el
elenco. Los personajes que la rodean no parecen ser capaces de ver qué de ellos despierta en
Valeria su necesidad de retratarlos de ese modo. Porque sí, señores. Valeria exagera y deforma,
pero no miente ni un ápice. Porque también, como dice ella misma, en El Inmortal – la novela –
está la clave de lo que pasa en la realidad. La ficción se muestra como el lugar idílico donde no hay
máscaras ni hipocresías, donde todo aparece tal como realmente es y donde los personajes no
pueden engañarnos ni humillarnos porque no pueden esconderse de nuestro ojo. Es por eso que
solo nos importan los personajes de ficción, porque con ellos nos sentimos seguros. La realidad
-misteriosa e indiferente- es dejada de lado por ficciones que nos contengan y nos hagan sentir
importantes en la medida que toda ficción está hecha para los ojos del observador quien se vuelve
el centro alrededor del cual gira todo. Si la imaginación es radioactiva es, justamente, por ser la
única capaz de subvertir el orden de la realidad permitiéndonos crear nuestro propio orden de las
cosas.
En fin. A pesar del estado en que nos dejó la obra y de las gringo-burguers que me tientan desde
esos locales brillantes e impolutos, elijo irme a mi casa. Nuestra típica charla que, en no pocas
ocasiones se estira hasta el amanecer, es abortada y A. resignado lo acepta. Tengo sueño y tengo
hambre, pero sobre todo, siendo casi la una de la mañana, está por empezar el peleón de Khabib
contra McGregor y esa es la ficción que ahora tengo ganas de consumir. Me subo a la moto y
mientras eludo autos por Córdoba, pienso en el six-pack que me espera en la heladera.