La obra que estamos por entrar a ver con L. en este increíble domingo primaveral, a las 18:45,
cuando todavía el sol restalla sobre nuestras cabezas, es "Lo que tú quieras" de Paola Matienzo.
Una obra que sólo va a presentarse durante cinco domingos consecutivos en el marco de una
gira que trajo a la autora y protagonista desde Madrid hasta Buenos Aires. Lo que tú quieras
trata un tema espinoso y caro al sentimiento argentino: la desaparición de bebés y niños cuya
identidad es suplantada con el fin de allanar el camino a las adopciones ilegales.
¿Qué hace que una obra sea buena? ¿Qué hace que una obra sea mala? Cada vez que salgo de una
obra como la que acabo de ver, la misma pregunta me asalta la cabeza. Así como aquella famosa
teoría socio-política que plantea que las sociedades avanzan mediante conflictos cuya base es la
búsqueda de equilibro entre la libertad y la seguridad, lo mismo pienso del arte: las vanguardias
proceden también de un conflicto intestino entre el fondo y la forma. Entre el qué y el cómo.
Hechos que también, ¿por qué no?, podrían ser traducidos como seguridad y libertad. Tengo la
impresión que las obras cuyo peso se inclina más hacia el qué, hacia el tema, se mueven sobre el
terreno de lo seguro. Mientras que aquellas que se centran más en el cómo, en el estilo y no tanto
en el contenido, son portadoras de una mayor libertad. Es en este punto donde empiezan mis
dudas ¿Puede una obra inclinarse sólo por uno de ambos? ¿Puede ser buena una obra que elija un
tema de alto impacto, que le asegure eso de mover el avispero, aún dejando de lado todo lo
demás relacionado con el estilo, la puesta en escena, las actuaciones, los diálogos, etc? En fin,
consciente de que esto puede resultar una frivolidad, de que no haya respuesta o de que acaso ni
siquiera sea necesaria la pregunta, sigo.
Todavía recuerdo a L. – cuando hacía algunos meses le comenté del inminente desembarco de
esta obra que ya lleva cuatro temporadas de éxito en España – sentada en el sillón apuntándome
con el dedo mientras me amenazaba con terminar la relación si yo no conseguía las
acreditaciones. Resulta que L. es abogada especializada en familia y después de haberse visto
arrastrada por muchísimas de las salas y obras de Buenos Aires sin siquiera saber a dónde se
dirigía, el hecho de que aparezca una obra cuyo tema a priori enraizaba tan profundamente en sus
intereses, la llevó a actuar de ese modo. Ahora, ya sin el filo del cuchillo probándose en lo suave
de mi garganta, puedo agradecer a Duche&Zárate de haberme salvado.
Ya en la obra, una pareja de abogados exitosos – él en carrera para ser Ministro de Justicia – se
vuelve víctima de una filtración en la que son acusados de haber participado de un entramado
corrupto en México para acelerar la adopción del que ahora – siete años después – ellos
consideran su hijo. En la medida que la investigación avance, ambos intentarán cubrirse de todas
aquellas nuevas informaciones que salgan a la luz y que los involucren en hechos cada vez más
graves. Sin embargo, otra crisis emerge en simultáneo. Una crisis de identidad manifestada por los
personajes femeninos, que en el cenit de su carrera profesional (se) confiesan haber perdido el
gusto a todo, posponiendo sus sueños y sus deseos en pos de una meta profesional que quizá no
era la suya. Como alguna vez escribió Nietzsche: “Lo sagrado no es la verdad en sí misma, sino la
búsqueda que cada uno hace de la verdad propia”. Pero, ¿qué es lo que une estos dos conflictos y
hace que se retroalimenten mutuamente? La familia como construcción heteropatriarcal. No es
casualidad que los sujetos sufrientes en esta obra sean mujeres, recayendo sobre ellas todo el
peso de las disfunciones familiares. Son ellas quienes sufren por construir la familia, por
mantenerla y son ellas también quienes sufren cuando no la tienen. Todo el peso de la ortodoxia
machista recae sobre ellas. No es casualidad, tampoco, que en algunos pasajes, sea la misma
madre adoptiva - aquella que cometió el crimen - quien empatiza con la mujer que parió al niño y
que ahora lo reclama. En sus argumentos entran la condición de mujer y de pobreza estructural,
cuando no marginalidad, para intentar comprender a esa madre abandónica. Las mujeres entre sí
empatizan, se unen entorno a ese nuevo y hermoso concepto que es la sororidad incluso cuando
sus deseos se contraponen el uno con el otro. Sin embargo aún falta una vuelta de tuerca más que
se va a encargar de complejizar el conflicto hasta volverlo profundo y de difícil resolución moral si
es que ya no lo es hasta el momento. Porque resulta que si ese chico no era adoptado por una
familia que pudiera afrontar económicamente una operación de corazón, su vida podía correr
riesgos. Entonces aquí surge un nuevo debate como el que plantea la excelente película dirigida
por Ben Affleck Gone Baby Gone, ¿cuál es el espacio que dejan las leyes para el humanitarismo?
¿Está mal engañar a una madre y sacarle a un hijo el cual ama sólo por no tener los medios para
otorgarle lo que se considera una vida digna en términos de salud? El personaje del abogado,
padre de esta criatura adoptada ilegalmente, dice y repite que hay veces que hay que hacer lo que
se tiene que hacer, pero la pregunta es ¿Qué es lo que se tiene que hacer?¿Quién lo dicta?
Como se puede ver, el argumento de la obra se basa en dos problemáticas contemporáneas,
graves y de consecuencias profundas: la adopción ilegal y la sustitución de identidad y el rol de la
mujer en torno a la familia y la búsqueda de identidad propia. Pero entonces, ¿Qué pasa cuando
una obra de semejante envergadura argumental - fondo - no es acompañada por el resto de las
cuestiones que hacen al teatro en sí mismo - forma -? Porque los diálogos son acartonados y
sumamente explicativos, porque la interacción con los videos se podría haber logrado de una
manera más prolija (sino orgánica), porque alguno de los personajes hablan tan rápido que es
difícil entenderlos, porque la escenografía y la puesta de luces es poco inspiradora y por la
multiplicidad de golpes bajos que intenta asestar la obra una y otra vez y que resultan del todo
innecesarios…. En fin, vuelvo a preguntarme si es recomendable una obra que sólo se apoye en su
argumento dejando de lado todos los demás aspectos que hacen al teatro. Como si leyera mi
mente L. me saca del sopor y me responde que sí, que tiene que ser recomendable. Porque el
tema que trata es tan profundo, pero sobre todo tan urgente para el mundo en el que vivimos,
que hoy mismo merece la pena cualquier obra que busque hacernos reflexionar.